Nace una afición.
ASÍ NACIÓ MI AFICIÓN A LAS CARRERAS
Mi primer recuerdo hípico se remonta a la
primavera de 1982. Yo tenía entonces diez años. Era sábado por la tarde y TVE
retransmitía en directo una carrera de caballos. Por supuesto, se trataba del
Grand National. Aquel mismo día, el Diario As había publicado un magnífico
artículo a doble página sobre la prueba, con todos los detalles sobre su
particular historia, el recorrido, la lista de participantes y sus favoritos,
además de unas poderosas fotografías en blanco y negro. De modo que aquella
tarde decidí pasar de la película de vaqueros y prestarle un poco de atención a
aquel prometedor espectáculo. Muy pronto entendí que el asunto iba de apuestas,
así que me jugué cincuenta pesetas (nunca he arriesgado demasiado) con mi hermano
a que ganaba un caballo tordo cuyo nombre ya he olvidado. Él, sin duda mucho
más sabio que yo, apostó por el favorito, Grittar,
y acertó. Yo perdí mis diez duros, pero a cambio descubrí una nueva pasión
(recuerdo que en aquella época jugaba a las chapas y cambié los nombres de
Hinault, Arroyo y Lejarreta por los de Corbiere,
West Tip y Hallo Dandy).
Ni
mi familia ni mis amigos, lamentablemente, compartían esa extraña afición, así
que durante un tiempo tuve que conformarme con esperar a la primera semana de abril
para poder vibrar, a través de la pequeña pantalla, con una nueva edición de la
carrera de Aintree y, no mucho después, con las carreras de caballos que se
disputaban en nuestros hipódromos: fue aparecer la QH por la tele y, de pronto,
los caballos se hicieron populares en toda España.
Así
que mi gusto por las carreras no debía ser, en el fondo, un vicio tan raro como
creía mi padre, y un domingo de marzo de 1985 logré convencerle para que me
llevase por primera vez al hipódromo de La Zarzuela. La primera carrera la
vimos junto al seto. Mayorazgo y
otro caballo pasaron como flechas ante nosotros cerca de la meta. Fue
alucinante.
En
la segunda carrera apostamos a ganador –yo elegía el caballo, mi padre pagaba
la apuesta- por un caballo que se llamaba Nino:
todavía recuerdo la emoción que sentí al ver cómo la chaquetilla azul y naranja
del jockey se lanzaba hacia la victoria de aquel modesto hándicap.
La
quinta carrera fue otra historia. Era la más importante del día (un Grupo III
sobre 1800 metros) y yo la había estudiado a conciencia. Estaba convencido de
que iba a ganar Sí Señor, un caballo
de Ramón Mendoza que había sido bueno en el pasado. Portaba la banda –es decir,
defendía los segundos colores de su cuadra- pues el propietario y su jockey
titular, Tolo Gelabert, parecían confiar más en El Señor Arenas. Raiponce
e Higinio, que el año anterior
había ganado el Memorial Duque de Toledo, eran los favoritos. A mi caballo lo
montaba Paulino García y su cotización a ganador era superior a 20 a 1, al
menos eso decía el totalizador cuando hicimos la apuesta.
Sí Señor salió el último de los cajones
y permaneció detrás, casi invisible, hasta la salida de la curva. En ese
instante apareció por el exterior y comenzó a progresar. A mitad de recta,
cuando pasó por delante de nosotros ante la primera tribuna, ya estaba seguro
de que ganaría. Pese a todo, continué animándole hasta después incluso de
cruzar la meta. Creo que el ganador pagó al final solo 8 a 1 porque en entonces
se sumaban las apuestas cuando corrían dos o más caballos de una misma cuadra.
Aquella decepción, sin embargo, fue insignificante comparada con la alegría de
haber confiado en un caballo en el que casi nadie creía. Hoy estoy seguro de
que mi acierto se debió, más que nada, a la suerte.
Últimamente, cuando voy al hipódromo me fijo
en los aficionados más jóvenes, esos que con 10 años o menos disfrutan viendo
el paseo de los caballos en el paddock y al tiempo predicen cuál de todos ellos
va a cruzar primero la meta (por un nombre gracioso, un número de la suerte,
una chaquetilla llamativa o el singular look
que luce cada purasangre: no siempre es fácil elegir). Estoy seguro de que
muchos de ellos serán grandes aficionados en el futuro. Los medios de
comunicación, desgraciadamente, no facilitan las cosas para atraer a nuevos
aficionados. A veces pienso que si yo no hubiese leído aquel día el espléndido
artículo del As o TVE no hubiese retransmitido en directo aquel Grand National,
probablemente yo nunca habría pisado un hipódromo ¿O tal vez sí? ¿Cómo y cuándo
nace una afición?
No
es fácil cambiar la tendencia en un solo día. En mi última etapa como redactor
de informativos en Telemadrid, cuando la televisión pública ya había iniciado
su camino hacia el abismo, le propuse a mi editor realizar un reportaje sobre un
caballo de carreras: se llamaba Bannaby
y acababa de ganar un Grupo I en París. Ante su negativa inicial, tuve que
persuadirle explicándole que si un torero londinense hubiese triunfado en Las
Ventas, seguramente la BBC tendría mucho interés en entrevistarle. Al final
accedió. Y durante un minuto y medio Bannaby
se codeó con El Real Madrid y Fernando Alonso: quién sabe si en aquel instante
fuimos capaces de despertar en alguien la curiosidad por los caballos de
carreras. Os animo a que contéis cómo empezó vuestra afición a las carreras.
Tal vez entre todos sepamos qué podemos hacer para garantizar algún día el
relevo.
Carlos Guiñales.
Creo que soy la primera en comentar! Muy interesante tu blog, estás empezando, pero ya tiene muy buena pinta!
ResponderEliminarA tu pregunta, cómo nace esta afición, la verdad que no lo se!. En mi caso, tampoco mi familia ni amigos son aficionados. Me gustan los caballos desde que tengo uso de razón, de niña estaba siempre pendiente de verlos por la tele, ya fueran carreras, saltos, doma,... y devoraba la revista ecuestre. Y con 16 años mi madre me dió permiso para ir al hipódromo, fui con una amiga y en transporte público! jeje... cuando vi la primera carrera, me asomé a la barandilla y los sentí volar por la pista, creo que ahí nació mi afición por las carreras!
Un saludo! y ánimo con el blog. Yo también tengo uno, te dejo el enlace por si te quieres pasar ;-)
http://simplementeuncaballo1.blogspot.com.es/
Gracias, Laura. Creo que las aficiones no las elegimos. Nos eligen ellas a nosotros. Y enhorabuena por tu blog. Acabo de echarle un vistazo y también tiene muy buena pinta.
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