Marcos Carmena

MARCOS CARMENA: GENTLEMAN RIDER.


El despertador suena a las cinco y media de la madrugada. Marcos Carmena llega al hipódromo antes del amanecer y se sube a lomos de Campillo. Lo que para otros es un trabajo, para él es un hobby. Solo lamenta no poder disfrutarlo durante más tiempo. A las nueve tiene que estar en la oficina, con el traje y la corbata puestos. Es un gentleman rider, un caballero en el sentido más amplio de la palabra: un romántico del turf.

CARUDEL, ROMÁN Y EL DUQUE.

Marcos Carmena nació en el madrileño barrio de Chamberí en 1964. Dos años antes su padre había fundado la cuadra JEM -con cuyos colores blancos y rojos lograría Ceferino Carrasco su primera victoria en Madrid a lomos de Ray II-. El hipódromo de la Zarzuela fue para él una especie de parque de recreo dominical. Allí jugaba con otros niños, pero no a indios y vaqueros, sino a romanes y carudeles: Claudio era amigo de mi padre y muchas veces venía a desayunar a casa. El domingo era sagrado para nosotros. Después de comer cogíamos un taxi para ir a las carreras. Íbamos a la Tribuna Norte y nos rodeábamos siempre de los mismos amigos. Mis favoritos eran los tordos. No había muchos, pero las diez pesetas que me daban siempre se las jugaba a colocado a alguno de ellos. Luego empecé a hacer tablas de valores, esperábamos con impaciencia que saliese el programa de carreras, comprábamos todas las revistas –El jockey, Gran Premio, Purasangre- y las coleccionábamos. Todavía las conservo”.

Marcos cita los nombres de los caballos que más le gustaban: Donagua, Florián, Maspalomas, Terborch, Rheffissimo… Creo que no podría nombrarlos a todos”. De aquella época viene, sin duda, su admiración por los grandes jockeys, su deseo de participar en carreras de caballos, aunque ya entonces debía intuir que nunca sería profesional: “Estaba centrado en los estudios, pero quería ser -salvando las distancias- una especie de Duque de Alburquerque.”

GANAR, CAER Y VOLVER A GANAR. 
En 1985, el día de su debut, con Jano.

El Duque de Alburquerque montó por última vez en el hipódromo en noviembre de 1984, ganando a los 65 años una carrera de vallas con La Pista. Marcos Carmena debutó solo unos meses después, con un caballo llamado Jano. Una carrera terminaba, otra empezaba; y, tal como le había sucedido durante décadas al Duque, Carmena pudo sentir en numerosas ocasiones tanto el dulce sabor de la victoria como el doloroso crujido de los huesos al romperse. Ganó numerosas carreras –once en una sola temporada en Pineda, llegando a la primavera madrileña como líder absoluto de la estadística de jockeys- pero también sufrió brutales accidentes: “Aprendí a montar en un picadero. La primera vez que lo hice en serio en el hipódromo, el potro que conducía tropezó y, al recuperarse, me dobló la muñeca y me la rompió. En 1992 tuve dos caídas bastante graves. La primera, con una potra mía. Sufrí una luxación total en la mano izquierda; nunca llegó a quedar del todo bien. Y después me fui al suelo en Lasarte, en una carrera de vallas con una yegua debutante llamada Qué Será. Nos caímos en el primer obstáculo y me rompí cinco huesos. Aquel año, pese a todo, gané el Campeonato de España, pero no pude ir al Mundial de la Fegentri por culpa de las lesiones. Es un deporte de riesgo y lo asumimos”. 

Nunca pensó en tirar la toalla. El día de su reaparición, a lomos de Fon Ruler, volvió a ganar: “Fue un triunfo personal, una de mis victorias más felices, después de todo lo que había pasado”. Y la diminuta Aixa, por otra parte, seguía defendiendo los colores de la cuadra JEM.

Con Aixa, en la playa de Sanlucar de Barrameda, en 1995.


FUERA DE ESPAÑA.

Marcos se había casado con la amazona norteamericana Jessica Black, a quién había conocido precisamente en el hipódromo de la Zarzuela. Pero cuando las carreras cesaron en Madrid, ya no vivía en España. Su trabajo en una multinacional le había llevado sucesivamente a Panamá, Nicaragua, Bahréin y México, donde se reencontró con su afición preferida: “Cerca de mi casa estaba el hipódromo de las Américas. Había cerca de mil caballos, pero –igual que sucedía en Madrid- también allí se habían suspendido las carreras. Todas las mañanas, antes del trabajo, iba a montar. Hacía exactamente lo mismo que aquí. Aprendí mucho porque su forma de trabajar no tenía nada que ver con la nuestra. Haber estado en países donde las condiciones de vida son tan difíciles me hace valorar más lo que tengo. Me siento un privilegiado”.

PLACER Y SACRIFICIO.

En uno de esos viajes al extranjero, en Trípoli, Marcos Carmena se acercó al hipódromo y se dedicó a correr sobre la pista: “Era un suelo durísimo, pero allí era habitual, todo el mundo iba hasta el hipódromo para hacer footing”. En otro viaje estuvo durante 45 minutos subiendo y bajando escaleras en un hotel: a su regreso tenía que montar y no podía permitirse pesar un gramo de más. Sus compañeros de oficina le conocen bien: nunca toma postre, vive pendiente de la báscula: “Monto a 60 kilos y me cuido muchísimo. Es un lujo poder disfrutar de este hobby”.

Al borde ya de la cincuentena, entrena con la misma ilusión que cuando empezó: “La diferencia es que ahora podría ser el padre de la mayoría de los jinetes aficionados que compiten conmigo. Entre ellos está mi sobrino, Gonzalo Pineda, que solo tiene 19 años. Intento enseñarle lo que significa ser un gentleman rider, tanto dentro como fuera de la pista”.

A lomos del gran Karluv Most.


Para un gentleman –y Marcos Carmena es un modelo excelente- existe una recompensa al sacrificio diario que nada tiene que ver con lo tangible. El año pasado, por ejemplo, ganó con Karluv Most una carrera que lo explica: “Reaparecía después de una lesión muy grave. Lo montaba por las mañanas y Flash Val, un brillante sparring, se lo comía. Había mucha presión. Era un examen para toda la cuadra. Pero cuando pisamos el verde y el caballo empezó a moverse me di cuenta de que íbamos a ganar. Monté con toda la tranquilidad del mundo”. Y añade: “Este es un deporte espectáculo fundamentalmente estético, pero tiene elementos épicos, trágicos y poéticos. En una sociedad moderna como la nuestra, donde todo está tecnificado, subirse a un caballo es como retroceder en el tiempo y sentir el pasado, la presencia de un arte milenario. El placer de oler cada día el sudor del caballo, el cuero, la arena mojada, la hierba… sobre unos animales que son el resultado de 250 años de selección genética, es un lujo incomparable”.


Cuando no monta, Marcos Carmena siempre ve las carreras en la Tribuna Norte, exactamente en el mismo lugar donde empezó a disfrutarlas hace casi medio siglo, sobre los hombros de sus mayores.

Marzo de 2014. (publicado en A Galopar)

Carlos Guiñales

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