Un hipódromo en el exilio
UN HIPÓDROMO EN EL EXILIO
En su libro El Juego de los caballos, Fernando
Savater escribió lo siguiente: “El
hipódromo de La Zarzuela fue –y aún le sigo agradecido por ello- la primera
sucursal de mi San Sebastián en el exilio madrileño. A partir de entonces he
notado que siempre, cuando llego a una ciudad desconocida, me basta instalarme
una tarde en el hipódromo para encontrarme en casa…”. Otros aficionados han vivido una sensación parecida a la suya,
pero en algunos casos sus viajes fueron todavía más largos. Dejaron atrás sus
vidas pasadas, sus costumbres; y se separaron de sus familias y amigos.
Cambiaron de patria, pero el hipódromo de La Zarzuela ayudó a que su
exilio voluntario fuese menos traumático. Más allá de las diferencias entre
unos y otros recintos hípicos, volvieron a respirar el aroma universal del
turf.
A pesar de vivir en España desde hace cuatro
décadas, a Emerson Reduga (el nombre es ficiticio) aún le delata
su acento rioplatense. Entonces, cuando vino a Madrid para enseñar Historia, lo
primero que hizo fue preguntar dónde estaba el hipódromo: “Descubrí un lugar maravilloso. Era la gran época de Rosales y Mendoza, y me hice muy amigo del preparador Gualberto Pérez, que era uruguayo como yo”.
Emerson se había aficionado a las
carreras en Minas, un pueblo cercano a Montevideo donde no había hipódromo pero
sí una pasión desmesurada por las apuestas: “Hacíamos
una senda y cortábamos la hierba. Purasangres y cruzados galopaban en línea
recta y sin montura. Las carreras se llamaban pencas o cuadreras. A los doce
años me escapaba de casa para ir al hipódromo de Maroñas y allí me jugaba el
poco dinero que me daban. Mis primos hermanos eran jockeys y uno de ellos ganó con
Loco Loco la Triple Corona de mi
país”.
En la Zarzuela es habitual verle en la
tribuna norte y cerca del paddock, observando a los caballos en primera línea: “En un hipódromo tan acogedor como éste es
muy fácil establecer relaciones. Aquí no se juega tanto como en Uruguay, pero
el amor a los caballos es impresionante. Se me puso la carne de gallina con Baldoria en el Gran Premio de Madrid y
se me saltaron las lágrimas el día que ganó Achtung horas después de la muerte de su preparador”.
Conoce todos los hipódromos de España y
algunos de Europa, pero la etiqueta de aficionado
y nada más no se la quita nadie: “¿Propietario? Nunca he querido serlo. Si
amas a los caballos, disfrutas, pero también sufres por ellos”.
GINOLAT Y
LOS TROTONES
Edouard Wouivre es conocido en La Zarzuela como
Ginolat. Nacido en París, se casó
con una española y vive en Guadalajara desde hace 25 años: “Mi tío era entrenador de trotones en Francia. De ahí viene mi afición
a los caballos. La Zarzuela me gusta porque es como un hipódromo francés de
provincias. En París la gente va a las carreras a ganar dinero; aquí son
apasionados y vienen a disfrutar de todo, pero comparar el turf español con el
turf francés es como comparar el fútbol de ambos países. No entiendo a los
propietarios españoles que se gastan tanto dinero para correr premios de 4.000
euros”.
Ginolat es un gran estudioso del turf.
Todos los días ve carreras de trotones a través de Equidia y su sistema de
apuestas es tan personal como meticuloso: “Los
caballos son cíclicos. Siempre me fijo en cómo corrieron hace doce meses,
porque es entonces cuando repiten valor, pero en el hipódromo suelo perder.
Gano más en las apuestas del PMU”, dice con un guiño.
Recuerda a Vichisky, el caballo de la Marquesa
de Santa Cruz de Paniagua que lo ganaba todo cuando conoció España, y a Florentino González, por quien todavía siente
gran aprecio: “Me gustaba porque siempre
montaba igual. Ahora tengo predilección por José Luis Martínez; por Borja
Fayos, que ha mejorado mucho desde
que regresó; y por los hermanos Matías
y José Luis Borrego, que montan bastante
menos de lo que merecen. Entre los caballos me encanta Madrileña desde el primer día que la vi. Gane o pierda, es una
yegua que para mí tiene algo especial”.
ROMEO
CALLE, EL HERMANO DE SANTIAGO.
Romeo es el hermano menor de Santiago Calle. Ambos hicieron el viaje
a España desde Medellín, junto a su
sobrino Chucho Machado: “Todos
los hipódromos de Colombia cerraron por culpa de las mafias y los impuestos y
nos quedamos sin trabajo. Manuel Abajo,
propietario de la cuadra Las Águilas, se trajo a Madrid algunos caballos y nos
contrató”. Santiago y Chucho ganaron numerosas carreras en
España, pero Romeo confiesa con
humildad que él nunca tuvo cualidades para ser jockey y quedó en segundo plano:
“Yo disfrutaba cuidando a los caballos,
preparándoles la cama y luego viéndoles ganar. Santiago era espectacular, montaba diferente a todos. Le gustaba que
la gente se emocionase, como hacía con Partipral,
viniendo siempre desde muy atrás. Montaba igual en Medellín. Ganó la primera
carrera a los 12 años, con un caballo de nuestra madre”.
Trabajó con Juan Campos y Juan Jesús
Ceca, de quienes guarda un gran recuerdo. Se quedó sin empleo hace tiempo,
pero no se pierde un día de carreras. Le gusta verlas frente al espejo de
llegada: “Compro el programa los martes y
lo estudio hasta el domingo. Antes venía también a ver los galopes, pero un día
me dijeron que si no trabajaba en ninguna cuadra no podía entrar al hipódromo y
deje de venir”, afirma sin un ápice de resentimiento.
De los jockeys de ahora le gusta Crocqueville “porque no castiga mucho a los caballos” y tiene su propio método
para apostar: “Me lo enseñó Santiago. Se basa en los pesos y las
distancias. En mi familia todos nos hemos dedicado a los caballos. Yo mismo
tengo sangre de caballo”, dice esbozando una sonrisa.
DAVID
SNADDON, AÑORANDO A LOS BOOKIES.
Siendo británico, David Snaddon tenía muchas posibilidades de aficionarse al turf.
Sus padres y abuelos ya fueron propietarios y él mismo tiene un caballo de obstáculos
llamado The Goldmeister, al cual
sigue desde la distancia porque está en Chentelham. Desde hace 20 años trabaja
como profesor de Inglés en Madrid: “Está
bien La Zarzuela. Me sirve para matar el gusanillo, pero echo de menos las
carreras de Steeples y a los bookies, que en mi país son una tradición y animan
mucho el espectáculo”. El mejor caballo que ha visto correr en
España es Noozhoh Canarias, tiene
cierta debilidad por Baby Cookie y
suele apostar por José Luis Martínez,
sobre todo en los grandes premios: “Como
Chentelham está muy lejos, mi hija y yo estamos pensando comprar un caballo de
carreras en España, para poder animarlo siempre que corra”.
Mayo de 2014 (publicado en A Galopar)
Aunque
todos ellos confluyeron en el hipódromo de La Zarzuela, poco tienen que ver
entre sí las historias de estos cuatro aficionados. Tan solo Romeo Calle,
profesional del turf, vino a España en busca de trabajo cuando cerraron todos
los hipódromos de su país, tal y como tuvieron que hacer algunos profesionales
españoles cuando el hipódromo de La Zarzuela dejó de celebrar carreras entre
1996 y 2005 (otros han seguido haciéndolo, en busca de mejores oportunidades, incluso
después de la reapertura).
Desgraciadamente
el turf español siempre ha vivido en el filo de la navaja, incapaz de generar
beneficios y de atraer a un número respetable de nuevos aficionados. Lo
incomprensible, al menos para mí, es que las carreras puedan desaparecer de nuevo –aunque
sea temporalmente- por la ausencia de un órgano regulador legitimado y reconocido
por todos. Hoy, por cierto, he leído dos cosas bastante curiosas: que “entre
1990 y 2005 las carreras se celebraron en un limbo legal resuelto por el convenio
firmado entre Sociedad de Fomento y RFHE” (Faina Zurita, vía Gaceta Hipódromo) y
que “según una sentencia judicial, ese convenio nunca ha tenido validez” (Diego
Sarabia, vía A Galopar), de donde podría deducirse que el turf español lleva 25
años viviendo en una sorprendente inopia legal y que ha sido precisamente su intento de legalización lo que nos ha conducido al precipicio.
En El desaparecido, novela inacabada de Franz Kafka, el escritor de Praga inventó el hipódromo de Clayton -un
hipódromo donde cualquier caballo podía convertirse en caballo de carreras- e instaló allí la
agencia de contratación para el gran teatro de Oklahoma -un teatro donde cualquier
asistente al espectáculo podía convertirse en protagonista de la función-. Tanto la pista de carreras
como el escenario del teatro simbolizaban, por supuesto, la confusión y el caos de la sociedad moderna (la de principios del siglo XX, claro). Tengo la
impresión de que si Kafka levantase hoy la cabeza y pudiese acabar su novela, situaría Clayton en algún lugar España.
Noviembre de 2014
Carlos Guiñales
Óle, me ha gustado mucho tu artículo!! Sólo conozco a los colombianos Calle, genial jockey era su hermano Santiago cuyas vistorias con PARTIPRAL son impresinantes. ¡Qué tiempos...!
ResponderEliminarGracias, Haglita.
ResponderEliminar¡Partipral era una maravilla!
Ningún caballo me ha emocionado tanto.