Conchita Mínguez
Conchita
Mínguez, la pionera
Conchita Mínguez
entregó el domingo el premio que llevaba su nombre a los responsables de Abrantes,
justo reconocimiento del hipódromo de La Zarzuela para una de las grandes
pioneras del turf español, primero como jocketta y después como preparadora,
siempre como mujer valiente capaz de derribar barreras en el muy masculinizado
turf del pasado siglo XX.
AMAZONA Y JOCKETTA
Su afición por los caballos fue precoz. Con solo 9 años su padre
la envió a estudiar a Inglaterra y allí aprendió a montar ponis. De los ponis
saltó a los caballos de concurso y de estos a los de carreras: “Fue un
veterinario quien, al verme tan pequeñita, me aconsejó venir al hipódromo. No
tendría más de14 años y me sentí impactada al notar cómo me subía la adrenalina
montando a tanta velocidad. Decidí que era el sitio donde quería estar”.
Eran los años 70, los de Transición, y Conchita tuvo que ganarse
“ese sitio” a base de esfuerzo y determinación. No fue sencillo para una
adolescente defender sus derechos en un mundo de tradición masculina: “En
aquella época las mujeres solo podían participar en cuatro carreras de amazonas
que había al año, y eso si eras mayor de edad. No nos permitían ser jockeys
profesionales. Tuve que ir a la Sociedad de Fomento con la recién aprobada
Constitución Española del 78 en la mano para que cambiasen el código de
carreras y nos dejasen montar junto a los hombres. Y así, poco a poco, fui
haciéndome un hueco. Como todavía estaba estudiando, venía al hipódromo muy temprano
para montar en galopes y luego iba a clase. Estuve con Luis Saugar y
después con Ángel Penna, el preparador de la cuadra Mendoza.
Montaba a grandísimos caballos como El País, El Señor, Favallu
y Jeanina, que era un fenómeno y siempre ganaba en mano. Yo los montaba
en galopes, porque en carreras los jockeys de la cuadra eran Román Martín,
Ceferino Carrasco y Tolo Gelabert”.
Si la tristemente desaparecida Pilar Gómez fue la primera
mujer que se convirtió en jocketta profesional, Conchita Mínguez fue la primera
que derrotó a los profesionales montando todavía como amazona. Lo hizo en 1983
a lomos de Gyptaj: “Les gané de punta a punta. Fue una carrera que no
olvidaré. También significó mucho para mí una recta final en la que me colé
entre Carudel y Román, que venían luchando por la victoria, y les
gané por un morro. Solo era un hándicap y ni siquiera recuerdo el nombre del
caballo que montaba, pero los dos me felicitaron y me hizo mucha ilusión. Era
fundamental para mí saber que me respetaban. Siempre tuve el cariño de los
demás jockeys y, aunque alguna “putadilla” me hacían de vez en cuando, mis
colegas me trataron bastante bien”.
Conchita, que había terminado la carrera de Sociología, decidió
implicarse a fondo en el turf y dio el salto al profesionalismo: “Había
domingos en los montaba a varios caballos. Tenía bastante sentido del paso y
mucha serenidad con ellos, los estudiaba bien antes de montarlos. No tenía
tanta fuerza como otros jockeys pero hacía bastante gimnasio y tenía pulmón. Lo
conseguí todo a base de trabajo. Fue la época del boom del turf y me invitaban
a programas de televisión. Llegué a formar parte del jurado de un Festival de
Eurovisión. Había 1.100 caballos en el
hipódromo y ni siquiera había sitio para todos. Algunos, de hecho, tenían que
estabularse en el Club de Campo. También creo, y no quiero ofender a nadie, que
eran mejores que los de ahora”.
AGENTE Y PREPARADORA
Aunque todavía era joven y seguía montando en carreras, Conchita
Mínguez decidió explorar otros senderos del turf poco transitados en aquella
época, menos aún por una mujer. Se hizo agente y después entrenadora: “Me
asocié a la British Horse Association y acudía frecuentemente a las subastas
internacionales en una época en la que no era tan habitual que los entrenadores
españoles lo hiciesen. Iba a Inglaterra, Irlanda, Francia y Alemania y compraba
caballos para mucha gente. Aprendí muchísimo en las subastas de foals,
observando su morfología, fijándome en los detalles y pequeños defectos, e
imaginando cómo serían esos potros al convertirse en futuros caballos de
carreras. Ese mundo me fascinaba, pero de eso solo no podía vivir. Así que
también me hice preparadora. Había una gran competencia y algunos colegas
decían “dónde va ésta”, pero eso me hacía más fuerte todavía. Y los
propietarios -salvo uno, que se llevó los caballos cuando me quedé embarazada-
siempre me respetaron. Di el paso porque me estaba haciendo mayor y las fuerzas
para seguir montando no eran las mismas, pero también porque era un trabajo que
me gustaba”.
Y ganó con Matraco el Gobierno Vasco de 1988, una carrera
distinguida con el rango de Grupo III: “Era muy bruto, se ponía de manos y
hacía todas las bestialidades posibles de camino a la pista. Todos los jockeys
le tenían miedo. En el fondo, era como Ninisky y otros grandes campeones que
había visto en Inglaterra. Auténticas fieras. En la arena no te demostraba
nada, pero pisaba el verde y se convertía en un fenómeno. Ese día le tocó
montarlo a Francisco Jiménez A, el tío de Borja Fayos, y lo único
que le dije fue: “Tú, tranquilo”. La pista estaba embarrada y ganó de calle.
Creo que le sacó 18 cuerpos de ventaja a Cañal, montado por Alberto Carrasco.
Después tuvimos que retirarlo porque tenía problemas de corazón. Fue una
verdadera lástima”.
Como preparadora, entrenó también a la velo cista Melody Singer,
que ganó el Blasco de 1991, a sus 2 años y montada por Mariano Hernández,
pero a la que ella misma pudo montar en el Gobierno Vasco del año siguiente en
una carrera que ya historia de nuestro turf pues allí estaban, entre otros, Lester
Piggott, Willie Carson, Richard Hills y Walter Swimburn:
“Yo siempre tenía muchísima fe en ella. La había comprado personalmente en
Inglaterra y era pura velocidad. Haber podido montar junto a los mejores
jockeys del mundo es de lo que más orgullosa me siento”. El ganador fue Primer
Amor, montado por Carson, pero Conchita terminó cuarta con su adorada
Melody, justo por delante de Piggott.
LA MUJER EN EL TURF, HOY
Charlamos mientras vemos cómo Vale, preparado por Michela
Augelli, gana la segunda carrera del día: “Me alegro siempre que gana una
mujer, pero sigo pensando que todavía hay pocas profesionales en el turf
español. Me gustaría que hubiese más. Creo que las mujeres somos más pacientes
y aportamos un cariño extra que nace de nuestra propia naturaleza. Es una
especie de cualidad extra que podemos aportar a los caballos”.
Se mantiene firme, sin embargo, en el debate abierto que propone
un descargo de peso para las jocoteas: “Aunque se enfaden conmigo, no me
parece bien que las mujeres descarguen. Hemos luchado durante muchos años para
que las mujeres sean respetadas y creo que descargar kilos solo por el hecho de
ser mujer supone rebajarse y es algo que
me indignaría”.
Conchita Mínguez ha
sido casi todo en el mundo del turf: amazona, jocketta, agente, preparadora e
incluso propietaria. Hoy día continúa siendo una grandísima aficionada, aunque reconoce
que asiste poco a las carreras: “No vengo mucho al hipódromo porque me trae
demasiadas emociones y prefiero ver las carreras en casa, donde estoy más
tranquila. También he tenido muchos problemas con mis huesos debido
precisamente a montar durante tantos años en esa posición tan peculiar que
tenemos los jockeys”. Y concluye: “Es que este es un mundo muy
sacrificado... pero a mí me lo ha dado todo”.
Abril de 2018 (publicado en A Galopar)
Carlos Guiñales
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